11/22/2014

III

III
6 de la mañana. Una mezcla de nerviosismo, expectación, ilusión… Nadie te prepara para lo desconocido. Puedes estudiar, leer, tener todas las experiencias vitales que quieras, poseer un conocimiento adquirido en los libros, en el cine. Todo eso, no sirve de nada, cuando es tu vida la que sigue su curso, y comienza una nueva etapa. Enfrentarse a una novedad, un cambio, un nuevo surco, un cambio de orientación. Los cambios son buenos. O no. La mayoría de personas no quieren cambios en su vida. Prefieren la tranquilidad de saber qué va a ocurrir. Predecir los actos propios o ajenos. Cuando una persona realiza un movimiento que no es el acostumbrado, el círculo de personas cercanas, suele tener la misma respuesta: Está loco. Es más fácil poder determinar que hay una anomalía, a asumir que los demás están vivos, y pretenden evolucionar.
En el momento que no hay cambios, ya te puedes considerar que estás muerto.
Desde la prehistoria, el ser humano, debe estar alerta, no conformarse con lo que tiene, seguir buscando el queso. Aunque poseas todo, tengas tu situación controlada, nada te puede asegurar que algo cambie. Un parámetro impredecible, y todo se va a la mierda. Eso, ya lo había vivido antes. Un déjà vu; ya he vivido cambios, situaciones nuevas. Incluso esperadas. Con la sensación de haberlas vivido. El cambio ha formado parte de mi vida. Mi madre, siempre dice que en el momento que pierdas la capacidad de asombrarte por algo, que tu curiosidad se haya perdido… puede ser el fin. Cambio y capacidad de asombro van asociadas.
No tengo ningún gesto especial para iniciar un nuevo periodo. Pero, esa mañana al arrancar el coche, encender la radio, se me ocurrió que lo mejor era iniciar todo este proceso con una canción que pudiera ser memorable para el resto de mis días. Es como condicionar mis propios recuerdos futuros. La verdad, no es que fuera un placer tener que ir a 200 kilómetros de mi casa. Así, que intentar que esa canción me recodara de por vida este comienzo… sin saber cómo resultaría, era desconcertante.
El caso es que puse una canción determinada. Después de repasar toda las posibilidades entre mis cds, el usb, y otros dispositivos: Vetusta Morla: “Saharabbey Road”.
Se convertiría en un ritual, un acto repetitivo, compulsivo… cada mañana al enfilar la carretera de Huesca, en el semáforo frente a la alta chimenea, frente al parque en el que tantas veces de niño me caía de árboles, y pasaba las horas en un columpio…, y no tenía responsabilidades… entonces, en ese momento comenzaba todo.
“Ceniza de fénix, perfil de coral, torcido, herido, pon cada latido y celebra que nuestra historia continuará.”
“Sólo quedó una chispa de luz y es hora de volver a empezar.”
Las luces rojas de posición, y en ocasiones, de los frenos de los automóviles, iluminaban la carretera, con un rojizo que se confundía con las primeras luces del amanecer. El navegador del coche se empeñaba en que no tuviera ocasión de perderme. Implacable, indicaba que debía girar a la derecha, dejar la autopista, y seguir por una comarcal. Un mapa, no muy actualizado, no me mostraba la existencia de esta ruta, o cuanto menos, me daba la impresión de que no era adecuada en época de trabajo. Otra cosa, es cuando vas de vacaciones. Perderse por las carreteras, sentir la sensación de que da igual dónde vas, o cuándo llegarás.
- Por favor… ¿El colegio?
- Sigue por esa calle, y gira a la derecha.
Parecía que todo comenzaba a tener sentido.

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