11/22/2014

I Introducción al caos

I
Como cada calle te lleva a otra, como cada instante no da lugar más que a otro instante, y cada segundo a otro segundo, en una sucesión constante y concatenada de sucesos, de los cuales crees ser el dueño, y también que no puede haber fuerza extraña que altere el orden natural de tu ser. Donde no hay más decisión que la propia consciencia, y, en muchas ocasiones, una sobresaltada mirada al futuro, airada, valiente, o como diría la madre de cada uno, de atrevida inconsciencia. Todo ello, es lo que genera que nada sea cierto, y que no pueda cambiarse el porvenir. Entrar por una avenida, y al ver una calleja, variar el rumbo hacia ella, inundado por la incapacidad de centrar la mirada en la primera meta. Así creemos, pobres mortales, que funciona nuestro futuro: cada uno es dueño de su ser, y las elecciones vitales están condicionadas por nuestros impulsos. Nada más lejos de la realidad. Lo que se puede denominar libre albedrío, es sólo un eufemismo barato, un placebo para contentar el alma, una mínima esperanza de que nadie manipule los hilos de su vida, y el término libertad sea absoluto. Todo ello es una ilusión, que ha generado mucha confusión en los seres humanos, y ha provocado demasiadas explicaciones religiosas, filosóficas y esotéricas. Ninguna de ellas, posiblemente, tiene razón. Y ninguna de ellas está equivocada. Sólo una teoría podría determinar, contemporizar con todas ellas, globalizar un resultado, totalizar. Esa teoría la planteó una mujer sencilla. Vivía solitaria en su casa. Con la soledad que, decía, se había ganado con los años. Un logro, una conquista, más que un castigo. Toda la vida había tenido que tolerar a otros, compartir su espacio en compañía de demasiadas personas, y nunca disponer de su propio espacio vital. La vejez le otorgó lo que nadie quiere, y ella lo disfrutaba. Sólo necesitaba la visita de sus familiares directos, hijos y nieto, unas pocas ocasiones al año. No precisada de nada más. La presencia de su familia. no suponía un añadido extra de alegría, quizá sólo la confirmación de que su soledad era sólo suya. Y la amaba. Sus hijos, solicitaban en cada visita que se fuera con ellos. A la ciudad, a otro tipo de soledad, la de permanecer cerca de todos, y lejos de uno mismo. Su nieto, entendía perfectamente a su abuela. Esta mujer libre, vivía con la alegría que sólo poseen los que han crecido contemplando la luz, en el sur, lugar que le otorgó la virtud de comprender, que la alegría es el gran concepto vital. Cuando, casi cualquier ser humano requiere objetos para ser feliz, esta mujer no necesitaba nada más que el sol, la luz, y una canción que poder tararear, para sentir felicidad. Su casa, su balcón lleno de macetas y una radio encendida todo el día, eran sus posesiones más preciadas. La ventana que daba a la plaza, el punto exacto de su destino diario, desde donde podía divisar la silueta de una montaña, los campos… Yel sol, era generoso con ella.
Se maquillaba cada mañana, un ritual exacto, con Margaret Astor nº 12, polvos de maquillaje nº 4, y peinaba sus cabellos ancianos y blanquecinos hasta dejarlos con el resultado deseado… Esta mujer, X, fue quien determinó la teoría. Una ecuación más importante que la relatividad, o la comprobación del Bosón de Higgs. Algo, que de tan simple, parece ingenuo, como en cualquier explicación de algo complicado, siempre la explicación más sencilla aclara cualquier duda. Y parece irrefutable.

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