11/23/2014

VII Teoría


VII Teoría
La verdad es que esta mujer, anciana y solitaria, derrochaba alegría mientras sonaba en la radio una canción de radio fórmula, que ella tarareaba con una ligera y personal interpretación. Estaba al tanto de las noticias, que llegaban hasta ella en un televisor de otro tiempo. (No quiso actualizarlo, no fuera a suceder que no supiera encenderlo.) Pero las noticias, las contemplaba como una telenovela, simples narraciones en una pantalla un tanto deslucida, que le proporcionaban una visión parcial del universo, no en su conjunto de relación causa-efecto, y, sobre todo, nunca como algo real, o que trascendiera más allá de lo anecdótico. Decía que le faltaban datos para poder tener una visión completa y auténtica.

- ¡Qué más da, hijo mío! ¡Si total, esto no va a ninguna parte! Son siempre las mismas cosas, con ligeros cambios en el tiempo. Hoy será esto, mañana aquello... Y..., ¿qué supone en tu vida diaria?. Nada...
- Habrá que estar al tanto de lo que pasa en el mundo, abuela...
- Sí, claro... Y si pasas un mes, un año..., sin ver las noticias..., y vuelves a retomarlas... ¿qué ocurriría? ¡Nada...! Seguiríamos igual... Todo continuaría igual... Nada habría cambiado... Tú, con tus cosas, yo, regando mis macetas, escuchando música... Y así, un verano, un otoño, un invierno...  Finalmente, otra primavera... Para llegar un año después, al mismo momento en que decidiste no saber nada del mundo. Pero, lo que tú haces, y puedes hacer en el mundo, o en tu mundo... ¡eso sí cuenta...!

- ¡A este le iba a dar yo buena, abuela...!- exclamé, mientras salía un Borbón por la pantalla.
- ¡Calla! ¡Calla!- me decía mientras apagaba la televisión, con la intención de que me relajara, y no soltara improperios antimonárquicos- ¡Que te pueden oír, y meterte en un lío, hijo mío...!
- Pero..., abuela..., ¡que eso era en otros tiempos...!
- ¡Ni otros tiempos, ni gaitas...! Quien siembra, recoge... Tú, sigue estudiando, porque hoy no veo que el “escribiente” haya avanzado mucho.

Se refería a mí, como “el escribiente”, dado que machacaba en folios, mis apuntes de Derecho Natural, una y otra vez, repitiéndolos, como si de su copia manuscrita diaria, fueran, de manera infusa. a adentrarse en mi mente.

- Tendré que rezar a San Judas, para que te ayude, como abogado de las cosas imposibles, porque lo que es aprobar... ¡Si estás todo el día escribiendo, y hablando...! Así..., no sé si aprobarás...- iba mascullando, conforme arrastra sus pies cansados, camino de la cocina.

- A ver, abuela..., ¿qué significa para ti eso de quien siembra recoge...? No termino de entenderlo... En cuanto a San Judas Tadeo... si no te he visto pisar una iglesia en los últimos 25 años... ¿me quieres decir cómo vas a rezar...?

Uno puede haber leído mucho, (creo haberlo dicho antes), pero ello no sirve para algunas cosas. Esta mujer, ya anciana, no había asimilado ese tipo de conocimientos por sus lecturas. A no ser que “Hola”, “Lecturas”, y “La Dama de las Camelias” más otras novelas del mismo estilo, den pistan del mecanicismo filosófico, y no nos hayamos enterado... Ella, acaso sin saberlo, estaba aceptando las leyes mecanicistas, apoyadas en el principio de causalidad, y no exentas de cierto determinismo. O, si uno lo prefiere, con sus pelos canosos, bien peinados, a Newton, Copernico, y Darwin... Todos ellos podrían apoyar la simpleza de causa-efecto.

VI Wish you were here!


VI
A las 6 de la mañana, con camino marcado y repetido cada jornada, crees que nada te va a sorprender. Sólo la esperanza de llegar, para vivir más momentos intensos, como llevaba ya tiempo experimentando. Amistades, risas, enamoramientos, cervezas, karaoke, croquetas como menhires, días sin descanso, colegio, niños, “cantajuegos”…
El juego de luces del amanecer, en mi retrovisor, los brotes del sol naciente en un espejo… Hago kilómetros con el sol en la espalda, que me guarda y me empuja, me arrolla, me arrulla... Sonando Loussier, “Play bach” desde el usb acoplado en la radio. Mi mirada, buscando el Moncayo, pero sólo deja verse una silueta imprecisa. De pronto, una luz roja. Uno se ve en la necesidad de ir atento en carretera, mirar qué hacen los demás, y tu piloto automático guiarte, con un punto de automatismo, de no ser consciente de que vas a 120 km/h. Y, sin embargo, creer que estás controlando totalmente la situación. Algo altera ese punto, una luz roja que no cuadra en el momento, que se eleva, salta, y te aporta una grata sorpresa. Varios días observando este fenómeno, al que no quise dar una explicación racional, aunque una emocional, o casi mística era la más adecuada a mi estado anímico. La realidad podría alterarse con una mirada cargada de pasado, pero es lo que hay. Fuegos artificiales... Una sencilla explicación. Todos tenemos asociados los fuegos artificiales a las fiestas, o al final de las mismas. No a que vayas en tu coche camino del trabajo, y te sorprenda un final de fiestas cada día. Quizás no es el final de fiestas, todo lo contrario, el principio de esa fiesta que es disfrutar del día a día. De que algo presagia o da la bienvenida. Esto te anima, te hace pensar que ojalá tú estuvieras de copiloto en mi coche, y también en mi vida, para compartir ese mágico momento. Luz roja, tenue, que acrecienta su propio espacio, invadiendo la oscuridad con brillos blancos, al igual que estrellas fugaces, en un fondo violeta, gris payne, y el Moncayo asomando a su derecha. Impasible, con unas leves manchas de nieve. Impagable. Wish you were here!

V Aire


V Aire
Cuando te requieren para ver una colección de arte, en un piso, nunca sabes qué vas a encontrar. Me llamó por teléfono un señor, con voz recia, y, sin embargo, se traslucía indecisión y cierta actitud dubitativa.
Lo cierto es que ya me iba a casa, me estaban esperando. Pero, la llamada de Carlos, contenía  misterio…,  curiosidad… No todos los días ofrecen la posibilidad de poder contemplar una colección de obras de arte, en la que nadie más que su propietario, ha posado la mirada en los últimos años.
-         ¿Podría venir ahora mismo…? -  me preguntó, indeciso.
-         Es un poco tarde…, ¿no podría ser mañana…?
-         No, sería mejor que viniera hoy.
Me figuraba que no habría sido el único al que habrían llamado para ver la colección. Así que no me lo pensé.
-         Sí, de acuerdo. Voy para allá. ¿Me puede dar la dirección…?
Al anotarla, ya intuí que podría ser grande lo que iba a ver. No cualquier cosa. En pleno centro de la ciudad, una de las avenidas más céntricas, enorme urbanización, con  portero, y todo lo que uno pueda pensar. Vamos, la típica casa de un señor de pasta, que compró arte en su época dorada. Lo que ocurre, es, que, cuando me llaman precisamente a mí, lo único que implica es que quieren vender esas obras. Se acabó la pasta, y necesitan liquidez. Vender casas o pisos, ya no es negocio.  Hay que explicar muchos detalles,  y soportar largos trámites y enervantes negociaciones…  Vender arte es rápido.
Me detuve un momento frente al cristal del portal, para determinar si estaba presentable. Porque era ya tarde, y no había pasado por casa desde que a las 6 de la mañana me sonara el despertador. Las posibles malas pintas que llevara, podrían ser decisivas para que un pijo de 65 años pudiera mirarme por encima del hombro, y no desear que un niñato con pelos largos y sin camisa de marca, se encargara de vender sus cuadros. Bueno, para eso ya tenía a mi chiquitín. Me daba lo mismo. Sinceramente. Sólo debía subir a ver qué había colgado de las paredes, y al menos, no quedar mal, pudiendo reconocer de quién era cada cuadro. Una especie de examen, cada vez que te convocan para estas labores. Si no me equivocaba, o, por lo menos, aguantaba el tipo, disfrutaría un rato, aunque el alicaído prepotente me despreciara. En ciertas ocasiones, me sentía como Corso, en “El Club Dumas”, cuando podía curiosear en las bibliotecas de otros. Sentirse como una especie de gurú, que no podía comprar ni poseer esas obras, libros o cuadros, pero que sí podía decirle a la cara a cualquiera, si sus cuadros eran, así de simple, una puñetera mierda… o una maravilla. Normalmente, ya habrían pasado por allí otros buitres, casas de subastas, u otros “Corsos” del mundillo. Eso era inevitable. También tengo claro, que, casi con toda seguridad, sería el último en pasar, no la primera opción. Un desconocido, freelance del arte. No…, no se trataba de la primera posibilidad. Más bien, alguien al que sonsacar información.
Ya en el rellano, pulsé el timbre, y se oyó dar miles de vueltas a las llaves, desbloqueando las cerraduras. Un hombre grande, canoso, y con una, poco compatible mezcla de pijez y desaliño, se presentó y me estrechó la mano. Me indicó que pasara. No lo puedo evitar. Mi mirada se fue directamente a un cuadro de Ochoa, y a otro de “La hermandad pictórica”. Las sorpresas no terminarían ahí. Al indicarme que accediera al salón, tuve una de las grandes impresiones que puedes llevarte en este mundillo. Un Miró, y el que desde hace tiempo, consideraba como uno de los mejores pintores más oscuros e interesantes: José Hernández. La verdad es que le pareció extraño que a un “niñato” como yo, le impresionara más ese cuadro, poco habitual en los coleccionistas, que el Miró de grandes dimensiones.
Repasamos, uno a uno, todas los cuadros que ornaban las paredes de la elegante residencia,  que ya exhalaba o dejaba entrever, un impreciso tufillo de decaimiento.  Mientras, sin demasiado disimulo, mirándome de reojo, observaba mis reacciones, para cerciorarse de si reconocía o no, cada una de las obras. 

11/22/2014

IV

IV
Cuando la vida se propone ser imprevisible, lo puede llegar a ser de una manera alocada. Un muchacho, que escasamente había salido de su pueblo, de las cuatro calles que componían su universo, donde podía apreciar cualquier alteración, por insignificante que fuera, y poseía la seguridad de reconocer cada esquina, rincón, camino, adoquín, casa, balcón, y todo convecino del lugar y alrededores que habitara ese espacio. Uterga era su lugar en el mundo, su ombligo, el lugar donde no necesitaba nada más que la tierra para trabajar, y un refugio para dormir. Las necesidades nos las creamos nosotros, cuando no conocemos más mundo que aquel que nos ampara al nacer. Cuando nos deslumbra todo lo ajeno a nuestro cosmos, y nos maravilla todo aquello que entra por nuestra retina, al admirarlo por primera vez. Es, en ese momento, cuando comenzamos a crear nuestras necesidades, de las cuales podríamos prescindir y vivir igualmente felices. Todo es cuestión de sentir la necesidad, o ignorarla. En cierto tiempo, un hombre debía poseer sólo aquello que podía transporta en sus brazos. Lección aprendida en el Amazonas, cuando los primeros “conquistadores” o evangelistas, llegaban a las orillas del continente, con multitud de baúles, carros llenos de cosas innecesarias en la selva, y los indígenas, perplejos, no dispuestos a portear nada, recomendaban al propietario de tantas cosas inútiles, que eligieran aquello que podían acarrear ellos mismos, todo lo que consideraran imprescindible, dado que el resto debería ser abandonado en la playa. Una gran lección, que este muchacho había aprendido al salir de su pueblo. Un petate con dos mudas, un abrigo, unas pocas pesetas, un billete de autobús, tabaco de liar, un mechero, un reloj heredado de su abuelo, y su espíritu aventurero…, o su inconsciencia. Aunque era más una cuestión de imposición. El destino marcó su llamada a realizar la mili, el servicio militar obligatorio, a muchos kilómetros de su ciudad. Primero, un autobús a Pamplona. Después, otro atravesando montañas y puertos, a la ciudad de Jaca. Cuando llegó, un día de lluvia de mediados de marzo, una oscuridad en las calles presagiaba algo incierto. Se dirigió a varias personas en busca de una pensión, una cama y un plato caliente. Lo más cercano que le indicaron fue el hotel Mur, algo alejado de su presupuesto, pero una posibilidad de información. En el hotel Mur, ninguna habitación libre. Ni barata, ni cara, nada. Le recomendaron ir a una casa donde alquilan habitaciones. Bajó dubitativo por una calle, alzó su mirada a la oscuridad del cielo, y contempló la silueta amenazante de la Catedral. Siguió por la calle principal, sin cruzarse con nadie. El frío no lo detenía. Si algo había en común entre su pueblo natal, y esta nueva ciudad, eran, precisamente, el frío y la nieve. Reconoció una de las indicaciones del propietario del hotel, un colegio, con una iglesia. Un impresionante edificio oscuro, tenebroso, que auguraba un interior sórdido y poco ventilado…
Entró en la calle Escuelas Pías, y de nuevo reconoció otra indicación, una puerta con arco, y, a su derecha, una tasca llamada “La Campanilla”, bajo un pequeño porche. Entró en el portal, y la sensación de humedad se hizo sentir muy densa, casi asfixiante… La escasa iluminación le obligó a tantear con las manos, para no caerse. No supo cómo, pero encontró una puerta al final del pasillo, la abrió, y una pequeña luz amarillenta le sugirió que debía subir las escaleras de madera, que se retorcían al ascender.
Al dar el primer paso, y apoyar el pie en el primer escalón, la madera crujió, y la inseguridad recorrió su cuerpo. En el descansillo, otras dos puertas. Izquierda y derecha. No supo a cuál tocar el timbre. Una era pequeña, y la otra más grande, con una ventana superior a su lado, dejando ver algo de luz.
Optó por la puerta con la ventana, la luz presagiaba calor y seres humanos.

III

III
6 de la mañana. Una mezcla de nerviosismo, expectación, ilusión… Nadie te prepara para lo desconocido. Puedes estudiar, leer, tener todas las experiencias vitales que quieras, poseer un conocimiento adquirido en los libros, en el cine. Todo eso, no sirve de nada, cuando es tu vida la que sigue su curso, y comienza una nueva etapa. Enfrentarse a una novedad, un cambio, un nuevo surco, un cambio de orientación. Los cambios son buenos. O no. La mayoría de personas no quieren cambios en su vida. Prefieren la tranquilidad de saber qué va a ocurrir. Predecir los actos propios o ajenos. Cuando una persona realiza un movimiento que no es el acostumbrado, el círculo de personas cercanas, suele tener la misma respuesta: Está loco. Es más fácil poder determinar que hay una anomalía, a asumir que los demás están vivos, y pretenden evolucionar.
En el momento que no hay cambios, ya te puedes considerar que estás muerto.
Desde la prehistoria, el ser humano, debe estar alerta, no conformarse con lo que tiene, seguir buscando el queso. Aunque poseas todo, tengas tu situación controlada, nada te puede asegurar que algo cambie. Un parámetro impredecible, y todo se va a la mierda. Eso, ya lo había vivido antes. Un déjà vu; ya he vivido cambios, situaciones nuevas. Incluso esperadas. Con la sensación de haberlas vivido. El cambio ha formado parte de mi vida. Mi madre, siempre dice que en el momento que pierdas la capacidad de asombrarte por algo, que tu curiosidad se haya perdido… puede ser el fin. Cambio y capacidad de asombro van asociadas.
No tengo ningún gesto especial para iniciar un nuevo periodo. Pero, esa mañana al arrancar el coche, encender la radio, se me ocurrió que lo mejor era iniciar todo este proceso con una canción que pudiera ser memorable para el resto de mis días. Es como condicionar mis propios recuerdos futuros. La verdad, no es que fuera un placer tener que ir a 200 kilómetros de mi casa. Así, que intentar que esa canción me recodara de por vida este comienzo… sin saber cómo resultaría, era desconcertante.
El caso es que puse una canción determinada. Después de repasar toda las posibilidades entre mis cds, el usb, y otros dispositivos: Vetusta Morla: “Saharabbey Road”.
Se convertiría en un ritual, un acto repetitivo, compulsivo… cada mañana al enfilar la carretera de Huesca, en el semáforo frente a la alta chimenea, frente al parque en el que tantas veces de niño me caía de árboles, y pasaba las horas en un columpio…, y no tenía responsabilidades… entonces, en ese momento comenzaba todo.
“Ceniza de fénix, perfil de coral, torcido, herido, pon cada latido y celebra que nuestra historia continuará.”
“Sólo quedó una chispa de luz y es hora de volver a empezar.”
Las luces rojas de posición, y en ocasiones, de los frenos de los automóviles, iluminaban la carretera, con un rojizo que se confundía con las primeras luces del amanecer. El navegador del coche se empeñaba en que no tuviera ocasión de perderme. Implacable, indicaba que debía girar a la derecha, dejar la autopista, y seguir por una comarcal. Un mapa, no muy actualizado, no me mostraba la existencia de esta ruta, o cuanto menos, me daba la impresión de que no era adecuada en época de trabajo. Otra cosa, es cuando vas de vacaciones. Perderse por las carreteras, sentir la sensación de que da igual dónde vas, o cuándo llegarás.
- Por favor… ¿El colegio?
- Sigue por esa calle, y gira a la derecha.
Parecía que todo comenzaba a tener sentido.

II Otoño

II Otoño
La luz entre los árboles, filtraba brillos fugaces, y teñía de un virado naranja las hojas de los chopos, aportando más otoño al otoño. Un lecho amarillo en el suelo, con ligeras pinceladas marrones, hojas que se pudren en la orilla de un charco, el contraste del agua turbia, con el color ámbar de las hojas caídas, derrotadas. El sonido, al pisar este frondoso manto, podía llegar a ser una melodía, o quizá, algún brevísimo fragmento de una canción de Radiohead. Siempre he pensado que eran unos hermosos sonidos… Las hojas, recobrando vida en apariencia, ascendiendo cuando deslizas los pies y los alzas, provocando una efímera lluvia al caer, y el consiguiente efecto sonoro. ¡Pssssttttt! ¡Bsssshhhhh!
-Cógeme 12 hojas, ni una más. Que sean grandes, y tengan tonos diferentes. -¿Sólo has cogido 4, en todo este tiempo?
-Escojo, elijo, me lo pienso, es todo un arte seleccionar hojas, sobre todo, si sólo puedo coger 12.
-Tampoco hace falta que seas exquisito en la elección. Las quiero para hacerles unas fotos.
-Sigo insistiendo que me tomo mi tiempo.
-Como digas.
-¿Recuerdas el bote de otoño?
-¿Cómo no lo iba a recordar? Está en una de las estanterías, entre los libros.
Un bote marrón, cilíndrico, con tape naranja, cuadrado, era el símbolo del otoño en mi casa. No llego a recordar cuando comenzó ese ritual, ni el origen de ese bote. El bote, ligeramente, me sugiere que era de un cacao instantáneo, de lo que ahora llamaríamos marca blanca, Vic, o Vit, algo así. Pero, no estoy seguro. Sin embargo, cada vez que lo encontraban mis ojos, en la estantería, me entraban impulsos de pillarlo y abrirlo. Abrirlo y olerlo. Nostalgia del otoño, debería llamarse el bote. O, simplemente, recordatorio del otoño. Puede que invocación del otoño fuera más poético, como prefiere mi padre. Aunque, mi madre prefiere que utilice un término más prosaico. Que se note que tengo los pies en el suelo. No encuentro un título apropiado para que mis padres puedan ponerse de acuerdo. Soy una mezcla extraña, capaz de deleitarme con Sibelius, al mismo nivel que con La polla Records. Muy sencillo: Sólo es una cuestión de momento, o de lugar.
Para mí, sólo se llama: “El Bote”. La misma palabra, sucintamente, en mi mente recrea el olor, y la sensación otoñal, al destaparlo. Incluso el deterioro que, poco a poco, iba adquiriendo, conforme pasaban los años. Cada vez había que destaparlo con más cuidado. Como un ser querido que, se nos ha hecho mayor… Y la delicadeza viene implícita en su trato. El cariño, la ternura que nos evoca, los recuerdos acumulados… “El bote”, al destaparlo… Un olor profundo, parecido al té. Pero no, es el otoño… Otoño, sin más. No es otro olor, sino el del otoño, por antonomasia. La definición del equinoccio amarillento. Otoño. Además, toda la carga que añadimos a los objetos. Una dosis de sentimentalismo, que nos hace ser seres inútiles, cargados de absurdas posesiones, que no sirven para nada. La entrada de un concierto, un billete de autobús, una piedra, un tornillo, hojas, un dibujo en una servilleta de papel, un lápiz, una lista de la compra… Una nota que pone al pie “Q”. Otra, con una "M". ¡Una lista de la compra! Es uno de mis más queridos y apreciados tesoros, conjuntamente con los papeles de envolver “sugus”, de colores, que guardo en un disco-libro de Petisme, totalmente desplegados, ordenados por colores, y metidos en el sobre donde se guarda el CD.
Ya explicaré porqué.
Sigo con el Bote. Supongo que si hablo de hojas y de otoño, ya había desvelado el contenido del mismo. Cada temporada, había que recargarlo. Aunque, un año lo dejé de hacer. Supongo que ya debía contener demasiados otoños… Perdí la cuenta, y no era preciso aumentarlos o recargarlos en su interior. Aunque el olor no se pierde. Misteriosamente, siempre es el mismo, con igual intensidad. ¡Quién sabe si no lo recrea mi mente! Para que suceda lo previsible: Que aspire en su interior, y me quede convencido que de que huele a otoño, de que éste sigue dentro, y no se ha desvanecido, no se ha esfumado. Igual que no se han ido los recuerdos, ni se han ido las personas que motivaron recoger algunos objetos, guardar absurdos elementos sin valor…, salvo que se asocian a una persona.
- ¿Ya tienes las 12 hojas?
- Sí, ahora sí. Ya tengo mis 12 hojas.

I Introducción al caos

I
Como cada calle te lleva a otra, como cada instante no da lugar más que a otro instante, y cada segundo a otro segundo, en una sucesión constante y concatenada de sucesos, de los cuales crees ser el dueño, y también que no puede haber fuerza extraña que altere el orden natural de tu ser. Donde no hay más decisión que la propia consciencia, y, en muchas ocasiones, una sobresaltada mirada al futuro, airada, valiente, o como diría la madre de cada uno, de atrevida inconsciencia. Todo ello, es lo que genera que nada sea cierto, y que no pueda cambiarse el porvenir. Entrar por una avenida, y al ver una calleja, variar el rumbo hacia ella, inundado por la incapacidad de centrar la mirada en la primera meta. Así creemos, pobres mortales, que funciona nuestro futuro: cada uno es dueño de su ser, y las elecciones vitales están condicionadas por nuestros impulsos. Nada más lejos de la realidad. Lo que se puede denominar libre albedrío, es sólo un eufemismo barato, un placebo para contentar el alma, una mínima esperanza de que nadie manipule los hilos de su vida, y el término libertad sea absoluto. Todo ello es una ilusión, que ha generado mucha confusión en los seres humanos, y ha provocado demasiadas explicaciones religiosas, filosóficas y esotéricas. Ninguna de ellas, posiblemente, tiene razón. Y ninguna de ellas está equivocada. Sólo una teoría podría determinar, contemporizar con todas ellas, globalizar un resultado, totalizar. Esa teoría la planteó una mujer sencilla. Vivía solitaria en su casa. Con la soledad que, decía, se había ganado con los años. Un logro, una conquista, más que un castigo. Toda la vida había tenido que tolerar a otros, compartir su espacio en compañía de demasiadas personas, y nunca disponer de su propio espacio vital. La vejez le otorgó lo que nadie quiere, y ella lo disfrutaba. Sólo necesitaba la visita de sus familiares directos, hijos y nieto, unas pocas ocasiones al año. No precisada de nada más. La presencia de su familia. no suponía un añadido extra de alegría, quizá sólo la confirmación de que su soledad era sólo suya. Y la amaba. Sus hijos, solicitaban en cada visita que se fuera con ellos. A la ciudad, a otro tipo de soledad, la de permanecer cerca de todos, y lejos de uno mismo. Su nieto, entendía perfectamente a su abuela. Esta mujer libre, vivía con la alegría que sólo poseen los que han crecido contemplando la luz, en el sur, lugar que le otorgó la virtud de comprender, que la alegría es el gran concepto vital. Cuando, casi cualquier ser humano requiere objetos para ser feliz, esta mujer no necesitaba nada más que el sol, la luz, y una canción que poder tararear, para sentir felicidad. Su casa, su balcón lleno de macetas y una radio encendida todo el día, eran sus posesiones más preciadas. La ventana que daba a la plaza, el punto exacto de su destino diario, desde donde podía divisar la silueta de una montaña, los campos… Yel sol, era generoso con ella.
Se maquillaba cada mañana, un ritual exacto, con Margaret Astor nº 12, polvos de maquillaje nº 4, y peinaba sus cabellos ancianos y blanquecinos hasta dejarlos con el resultado deseado… Esta mujer, X, fue quien determinó la teoría. Una ecuación más importante que la relatividad, o la comprobación del Bosón de Higgs. Algo, que de tan simple, parece ingenuo, como en cualquier explicación de algo complicado, siempre la explicación más sencilla aclara cualquier duda. Y parece irrefutable.

 
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