II Otoño
La luz entre los árboles, filtraba brillos fugaces, y teñía de un virado naranja las hojas de los chopos, aportando más otoño al otoño. Un lecho amarillo en el suelo, con ligeras pinceladas marrones, hojas que se pudren en la orilla de un charco, el contraste del agua turbia, con el color ámbar de las hojas caídas, derrotadas. El sonido, al pisar este frondoso manto, podía llegar a ser una melodía, o quizá, algún brevísimo fragmento de una canción de Radiohead. Siempre he pensado que eran unos hermosos sonidos… Las hojas, recobrando vida en apariencia, ascendiendo cuando deslizas los pies y los alzas, provocando una efímera lluvia al caer, y el consiguiente efecto sonoro. ¡Pssssttttt! ¡Bsssshhhhh!
-Cógeme 12 hojas, ni una más. Que sean grandes, y tengan tonos diferentes. -¿Sólo has cogido 4, en todo este tiempo?
-Escojo, elijo, me lo pienso, es todo un arte seleccionar hojas, sobre todo, si sólo puedo coger 12.
-Tampoco hace falta que seas exquisito en la elección. Las quiero para hacerles unas fotos.
-Sigo insistiendo que me tomo mi tiempo.
-Como digas.
-¿Recuerdas el bote de otoño?
-¿Cómo no lo iba a recordar? Está en una de las estanterías, entre los libros.
Un bote marrón, cilíndrico, con tape naranja, cuadrado, era el símbolo del otoño en mi casa. No llego a recordar cuando comenzó ese ritual, ni el origen de ese bote. El bote, ligeramente, me sugiere que era de un cacao instantáneo, de lo que ahora llamaríamos marca blanca, Vic, o Vit, algo así. Pero, no estoy seguro. Sin embargo, cada vez que lo encontraban mis ojos, en la estantería, me entraban impulsos de pillarlo y abrirlo. Abrirlo y olerlo. Nostalgia del otoño, debería llamarse el bote. O, simplemente, recordatorio del otoño. Puede que invocación del otoño fuera más poético, como prefiere mi padre. Aunque, mi madre prefiere que utilice un término más prosaico. Que se note que tengo los pies en el suelo. No encuentro un título apropiado para que mis padres puedan ponerse de acuerdo. Soy una mezcla extraña, capaz de deleitarme con Sibelius, al mismo nivel que con La polla Records. Muy sencillo: Sólo es una cuestión de momento, o de lugar.
Para mí, sólo se llama: “El Bote”. La misma palabra, sucintamente, en mi mente recrea el olor, y la sensación otoñal, al destaparlo. Incluso el deterioro que, poco a poco, iba adquiriendo, conforme pasaban los años. Cada vez había que destaparlo con más cuidado. Como un ser querido que, se nos ha hecho mayor… Y la delicadeza viene implícita en su trato. El cariño, la ternura que nos evoca, los recuerdos acumulados… “El bote”, al destaparlo… Un olor profundo, parecido al té. Pero no, es el otoño… Otoño, sin más. No es otro olor, sino el del otoño, por antonomasia. La definición del equinoccio amarillento. Otoño. Además, toda la carga que añadimos a los objetos. Una dosis de sentimentalismo, que nos hace ser seres inútiles, cargados de absurdas posesiones, que no sirven para nada. La entrada de un concierto, un billete de autobús, una piedra, un tornillo, hojas, un dibujo en una servilleta de papel, un lápiz, una lista de la compra… Una nota que pone al pie “Q”. Otra, con una "M". ¡Una lista de la compra! Es uno de mis más queridos y apreciados tesoros, conjuntamente con los papeles de envolver “sugus”, de colores, que guardo en un disco-libro de Petisme, totalmente desplegados, ordenados por colores, y metidos en el sobre donde se guarda el CD.
Ya explicaré porqué.
Sigo con el Bote. Supongo que si hablo de hojas y de otoño, ya había desvelado el contenido del mismo. Cada temporada, había que recargarlo. Aunque, un año lo dejé de hacer. Supongo que ya debía contener demasiados otoños… Perdí la cuenta, y no era preciso aumentarlos o recargarlos en su interior. Aunque el olor no se pierde. Misteriosamente, siempre es el mismo, con igual intensidad. ¡Quién sabe si no lo recrea mi mente! Para que suceda lo previsible: Que aspire en su interior, y me quede convencido que de que huele a otoño, de que éste sigue dentro, y no se ha desvanecido, no se ha esfumado. Igual que no se han ido los recuerdos, ni se han ido las personas que motivaron recoger algunos objetos, guardar absurdos elementos sin valor…, salvo que se asocian a una persona.
- ¿Ya tienes las 12 hojas?
- Sí, ahora sí. Ya tengo mis 12 hojas.
La luz entre los árboles, filtraba brillos fugaces, y teñía de un virado naranja las hojas de los chopos, aportando más otoño al otoño. Un lecho amarillo en el suelo, con ligeras pinceladas marrones, hojas que se pudren en la orilla de un charco, el contraste del agua turbia, con el color ámbar de las hojas caídas, derrotadas. El sonido, al pisar este frondoso manto, podía llegar a ser una melodía, o quizá, algún brevísimo fragmento de una canción de Radiohead. Siempre he pensado que eran unos hermosos sonidos… Las hojas, recobrando vida en apariencia, ascendiendo cuando deslizas los pies y los alzas, provocando una efímera lluvia al caer, y el consiguiente efecto sonoro. ¡Pssssttttt! ¡Bsssshhhhh!
-Cógeme 12 hojas, ni una más. Que sean grandes, y tengan tonos diferentes. -¿Sólo has cogido 4, en todo este tiempo?
-Escojo, elijo, me lo pienso, es todo un arte seleccionar hojas, sobre todo, si sólo puedo coger 12.
-Tampoco hace falta que seas exquisito en la elección. Las quiero para hacerles unas fotos.
-Sigo insistiendo que me tomo mi tiempo.
-Como digas.
-¿Recuerdas el bote de otoño?
-¿Cómo no lo iba a recordar? Está en una de las estanterías, entre los libros.
Un bote marrón, cilíndrico, con tape naranja, cuadrado, era el símbolo del otoño en mi casa. No llego a recordar cuando comenzó ese ritual, ni el origen de ese bote. El bote, ligeramente, me sugiere que era de un cacao instantáneo, de lo que ahora llamaríamos marca blanca, Vic, o Vit, algo así. Pero, no estoy seguro. Sin embargo, cada vez que lo encontraban mis ojos, en la estantería, me entraban impulsos de pillarlo y abrirlo. Abrirlo y olerlo. Nostalgia del otoño, debería llamarse el bote. O, simplemente, recordatorio del otoño. Puede que invocación del otoño fuera más poético, como prefiere mi padre. Aunque, mi madre prefiere que utilice un término más prosaico. Que se note que tengo los pies en el suelo. No encuentro un título apropiado para que mis padres puedan ponerse de acuerdo. Soy una mezcla extraña, capaz de deleitarme con Sibelius, al mismo nivel que con La polla Records. Muy sencillo: Sólo es una cuestión de momento, o de lugar.
Para mí, sólo se llama: “El Bote”. La misma palabra, sucintamente, en mi mente recrea el olor, y la sensación otoñal, al destaparlo. Incluso el deterioro que, poco a poco, iba adquiriendo, conforme pasaban los años. Cada vez había que destaparlo con más cuidado. Como un ser querido que, se nos ha hecho mayor… Y la delicadeza viene implícita en su trato. El cariño, la ternura que nos evoca, los recuerdos acumulados… “El bote”, al destaparlo… Un olor profundo, parecido al té. Pero no, es el otoño… Otoño, sin más. No es otro olor, sino el del otoño, por antonomasia. La definición del equinoccio amarillento. Otoño. Además, toda la carga que añadimos a los objetos. Una dosis de sentimentalismo, que nos hace ser seres inútiles, cargados de absurdas posesiones, que no sirven para nada. La entrada de un concierto, un billete de autobús, una piedra, un tornillo, hojas, un dibujo en una servilleta de papel, un lápiz, una lista de la compra… Una nota que pone al pie “Q”. Otra, con una "M". ¡Una lista de la compra! Es uno de mis más queridos y apreciados tesoros, conjuntamente con los papeles de envolver “sugus”, de colores, que guardo en un disco-libro de Petisme, totalmente desplegados, ordenados por colores, y metidos en el sobre donde se guarda el CD.
Ya explicaré porqué.
Sigo con el Bote. Supongo que si hablo de hojas y de otoño, ya había desvelado el contenido del mismo. Cada temporada, había que recargarlo. Aunque, un año lo dejé de hacer. Supongo que ya debía contener demasiados otoños… Perdí la cuenta, y no era preciso aumentarlos o recargarlos en su interior. Aunque el olor no se pierde. Misteriosamente, siempre es el mismo, con igual intensidad. ¡Quién sabe si no lo recrea mi mente! Para que suceda lo previsible: Que aspire en su interior, y me quede convencido que de que huele a otoño, de que éste sigue dentro, y no se ha desvanecido, no se ha esfumado. Igual que no se han ido los recuerdos, ni se han ido las personas que motivaron recoger algunos objetos, guardar absurdos elementos sin valor…, salvo que se asocian a una persona.
- ¿Ya tienes las 12 hojas?
- Sí, ahora sí. Ya tengo mis 12 hojas.
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