Rafael Alberti:
"Estábamos ya en el corazón de la cueva, en la oquedad pintada más asombrosa del mundo. Recostados sobre las grandes piedras del suelo, pudimos abarcar mejor, ya que es baja la bóveda, aquel inmenso fresco de los maestros subterráneos de nuestro cuaternario pictórico. Parecía que las rocas bramaban.
Allí, en rojo y negro, amontonados, lustrosos por las filtraciones del agua, estaban los bisontes, enfurecidos o en reposo. Un temblor milenario estremecía la sala. Era como el primer chiquero español, abarrotado de reses bravas pugnando por salir. Ni vaqueros ni mayorales se veían por los muros. Mugían solas, barbadas y terribles bajo aquella oscuridad de siglos. Abandoné la cueva cargado de ángeles, que solté ya en la luz, viéndolos remontarse entre la lluvia, rabiosas las pupilas...”
"La arboleda perdida"
Me
intrigan esas pinturas en una cueva, el origen de parte de mi mundo, la
pintura. No se sabe la razón de que pintaran... Existen numerosas
teorías. Hauser decía sobre la pintura paleolítica: Naturalismo expresivo, derivado del carácter mágico que
atribuyen a las representaciones pictóricas; primacía de la
«praxis» sobre el pensamiento abstracto. Prácticas rituales u
ofrendatorias, intenciones puramente estéticas (arte por el arte), o
necesidad y vehículo de comunicación de saberes, mitos... nadie lo sabe.
Descubrimiento:
La
cueva de Altamira fue descubierta en 1868 por un cazador llamado
Modesto Cubillas,
quien encontró la entrada al intentar liberar a su perro, que estaba
atrapado entre las grietas de unas rocas por perseguir a una presa.
En aquel momento, la noticia del descubrimiento de una cueva no tuvo la
menor transcendencia entre el vecindario de la zona, ya que es un
terreno kárstico, caracterizado por poseer ya miles de grutas, por lo
que el descubrimiento de una más no supuso ninguna novedad.
Marcelino Sanz de Sautuola, «mero aficionado» en paleontología, debió conocer la existencia de la cueva directamente por boca del mismo Cubillas, aparcero en su finca; no obstante, no la visitó hasta al menos 1875, y muy probablemente en 1876. La recorrió en su totalidad y reconoció algunos signos abstractos, como rayas negras repetidas, a las que no dio ninguna importancia por no considerarlas obra humana. Cuatro años después, en el verano de 1879, volvió Sautuola por segunda vez a Altamira. En esta ocasión, acompañado por su hija María Faustina Sanz Rivarola, de alrededor de 8 años. Tenía interés en excavar la entrada de la cueva con el objetivo de encontrar algunos restos de huesos y sílex, como los objetos que había visto en la Exposición Universal de París en 1878.
El descubrimiento lo realizó, en realidad, la niña. Mientras su padre permanecía en la boca de la gruta, ella se adentró hasta llegar a una sala lateral. Allí vio unas pinturas en el techo y corrió a decírselo a su padre. Sautuola quedó sorprendido al contemplar el grandioso conjunto de pinturas de aquellos extraños animales que cubrían la casi totalidad de la bóveda.
Marcelino Sanz de Sautuola, «mero aficionado» en paleontología, debió conocer la existencia de la cueva directamente por boca del mismo Cubillas, aparcero en su finca; no obstante, no la visitó hasta al menos 1875, y muy probablemente en 1876. La recorrió en su totalidad y reconoció algunos signos abstractos, como rayas negras repetidas, a las que no dio ninguna importancia por no considerarlas obra humana. Cuatro años después, en el verano de 1879, volvió Sautuola por segunda vez a Altamira. En esta ocasión, acompañado por su hija María Faustina Sanz Rivarola, de alrededor de 8 años. Tenía interés en excavar la entrada de la cueva con el objetivo de encontrar algunos restos de huesos y sílex, como los objetos que había visto en la Exposición Universal de París en 1878.
El descubrimiento lo realizó, en realidad, la niña. Mientras su padre permanecía en la boca de la gruta, ella se adentró hasta llegar a una sala lateral. Allí vio unas pinturas en el techo y corrió a decírselo a su padre. Sautuola quedó sorprendido al contemplar el grandioso conjunto de pinturas de aquellos extraños animales que cubrían la casi totalidad de la bóveda.
Lo que más fascina es que las pinturas de Altamira son las más antigua de la humanidad: Esa es la conclusión de un estudio recién publicado en la revista Science
que sugiere que los dibujos de las cuevas de El Castillo, Altamira y
Tito Bustillo, todas ellas en el norte de la península ibérica, son los
más antiguos de la Europa Paleolítica, ya que fueron dibujados por
nuestros ancestros hace entre unos 30.000 y 40.000 años.
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