La verdad es que los bares son un mundo, un universo paralelo a la realidad. Los días de fútbol me gusta bajar al bar San Jorge, debajo de casa, en Pamplona. Un bar curioso. Con una "fauna" diversa, que le da un aire de ONU, por la variedad de nacionalidades y procedencias de sus parroquianos. Todos saben de fútbol, todos, sobre todo aquellos que superados los límites del etílico del vino, superan en conocimientos y sabiduría al más listo de los entrenadores titulados de la liga, o de la "Champion". Es un bar curioso, repito, por un detalle que hace que repita algunas noches, a pesar de su ruidosa atmósfera, su olor a puro, y a los gritos desesperados de los hinchas futboleros. Ese detalle es la cantidad de periódicos que están a mi disposición: El mundo, El país, Diario de Navarra, Diario de noticias (Navarra), y algunos que no sé que letras impresas contienen, Marca y Sport. Para ser un bar de barrio, con el personal que lo habita, y su aspecto, nadie diría que posee un repertorio de prensa a la altura de los grandes cafés en los que los literatos se reunían a charlar, y arreglar el mundo. En ese bar conocí a una persona, que tampoco encajaba en ese ambiente, yo tampoco, claro. Es Inmanol, un gran conversador (e invitador de mis botellines de agua, que yo correspondo invitando a otra caña o zurito). Hablamos de muchas cosas, sin que nuestra diferencia de edad, 30 años sea un problema. Mientras el fútbol es la banda sonora de nuestras conversaciones sobre política, economía, literatura, cine, y de la vida (gran tema). "Cómo van", me pregunta. "Ni idea", le respondo. Algunas veces, casi de espaldas al televisor, o super plasma, sí en ese bar, un pedazo de televisor de pub de 4 estrellas. Los entendidos en fútbol y vinos nos miran como si fuéramos extraterrestres, al no prestar la debida atención al fútbol. Continúa la conversación. Inmanol cena su bocadillo, apura su caña. Bebo mi agua mineral en vaso de wisky, con hielos. Ojeo el periódico que queda libre. Inmanol apuntilla algún titular. Comienza otra conversación. Insiste en pagar mi botellín de agua. Pago su cerveza. Me pregunta, de nuevo, cómo me llamo. Se le olvida, como se me olvidó su nombre la primera vez que nos conocimos en el bar. Se despide, con la petición de que si nos encontramos por la calle, le salude, que es muy despistado. ¡Pues vamos buenos! Que yo tampoco voy muy atento cuando deambulo por la calle.
Dejo el fútbol, con un resultado que ignoro, y me deja indiferente. Dejo el bar, cruzo la calle, vigilo mi coche. Sí, está bien cerrado. Saludo a los árboles del parque. Busco mis llaves en el bolsillo. Entro y me pongo a escribir estas líneas.
5/12/2010
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1 comentario:
Conversaciones fugaces, intensas y gratificadoras que siempre dejan mejor sabor de boca que todos los pinchos de ése bar, seguro.
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